Las sexólogas y los sexólogos, además de ayudar a las parejas con dificultades en su relación, también trabajan de forma frecuente con personas que se enfrentan al final de una relación amorosa.
Son experiencias bastante comunes, ya que no es poco el número de personas que han tenido que afrontar el final de una relación de pareja. Y, aunque cada separación es diferente, para muchas personas pueden ser experiencias verdaderamente dolorosas.
El sufrimiento experimentado depende de muchos factores: la calidad percibida del vínculo amoroso que se pierde y la duración del mismo, los recursos psicológicos de la persona que sufre la pérdida, los recursos personales y la red de apoyo (familiares, amigos…) con los que cuenta, la forma y manera en que se da la ruptura, el momento personal en que se da y las circunstancias vitales que lo acompañan…
Tampoco es igual la vivencia de la persona que, poco a poco, toma la decisión de abandonar una relación de pareja, que la vivencia de la persona que es abandonada. Ambas pueden sufrir, pero la persona abandonada suele haber tenido menos tiempo para asimilar la situación y el dolor puede llegar de golpe y de forma bastante intensa.
Son conocidas las fases del duelo:
- Una primera fase de negación, donde la persona siente incredulidad y estupor ante lo ocurrido, y frecuentemente, fantasea con que todo volverá al estado anterior, y la ruptura será sólo un episodio pasajero. En estos momentos, puede buscar la soledad, y ocultar la ruptura a amigos y familiares, a la espera de que todo pase.
- Cuando la persona empieza a asimilar la ruptura, comienzan los sentimientos de enfado y de ira. La persona se pregunta qué ha hecho mal, o se interroga acerca de las razones de la separación. Surgen sentimientos de despecho, la persona se siente herida, y frecuentemente, resentida y rencorosa.
- Posteriormente, y a veces alternándose con los períodos de enfado, la persona comienza a sentirse profundamente triste y apenada. Es la fase en la que comienza a plantearse cuestiones como: “¿Encontraré a otra pareja algún día? ¿gustaré a otras personas? ¿seré capaz de recuperarme de este dolor? ¿me ha dejado porque no valgo la pena?”, etc. Es frecuente en esta etapa cierto descuido o dejadez, tanto de los hábitos saludables (en la comida, en lo relativo al ejercicio físico…), como en los hábitos de cuidado personal. Suele ser habitual tener dificultades para dormir correctamente, y despertarse pensando en la ruptura y en la persona que nos ha abandonado. La persona piensa obsesivamente en la relación rota y en la expareja, a veces no habla de otra cosa. La sensación de dolor y vacío suele ir acompañada de momentos donde el llanto se hace inevitable.
- Tras el intenso viaje por las fases anteriores, por fin, la persona comienza a encontrar cierta paz y cierta tranquilidad. Es lo que se conoce como fase de aceptación. La persona va asimilando la nueva situación, y comienza a adaptarse a la misma. El pensamiento obsesivo cede y puede hablar y pensar en otras cosas que no sean la expareja y la ruptura. La tristeza y la ira se apagan y, aunque la persona no es necesariamente feliz en esta fase, sí que está más tranquila y sosegada y recupera ciertos momentos agradables en su vida.
- Posteriormente, la persona asimila de forma completa lo sucedido, y lo integra en su vida. Se ha organizado y adaptado plenamente a su nueva situación, y se ha recuperado totalmente. Ha creado nuevas redes y actividades o retomado las ya existentes, y es capaz de hablar sobre la ruptura sin emociones intensas.
El tiempo que dura un duelo de este tipo es variable para cada persona, aunque diversos estudios lo sitúan entre los seis meses y los dos años.
¿Cómo puede facilitarse la recuperación tras una ruptura amorosa?
Aunque en todos los casos la persona va a necesitar tiempo para reponerse, hay ciertas actitudes que pueden ayudar a la persona que se encuentra en esta situación. Por ejemplo, buscar activamente la compañía de amistades y familiares con los que se puedan compartir los sentimientos, y con los que también pueda desarrollar actividades que distraigan y mitiguen, al menos en parte, el dolor y la tristeza. Suele ser útil también evitar o limitar al máximo el contacto con la expareja, ya que las llamadas o mensajes constantes, pueden mantener la ilusión de que la relación puede recomponerse y alargar todo el proceso. En este sentido, no conviene recrearse día tras día en la contemplación de fotos de la pareja, escuchar las canciones que se compartieron con ella, etc., suele ser de utilidad limitar el contacto con objetos que recuerden constantemente a la pareja, cambiando incluso algunos detalles de la decoración de la casa, si es necesario.
Cuidar en lo posible la alimentación, y la salud (hacer ejercicio físico, salir al aire libre…), y cuidar en lo posible el aspecto físico, también puede ayudar. Desarrollar a ratos actividades que absorban toda la atención y ayuden a “despejar un poco la cabeza” también suele ser de utilidad. Y por supuesto, desarrollar en lo posible el pensamiento positivo, y no dejarse llevar por ciertas ideas pesimistas que en esta etapa es frecuente que aparezcan.
Por otro lado, si siente que lo necesita, la persona puede acudir a un profesional que le apoye en este periodo de su vida, y le oriente para superarlo de la mejor forma posible. Las sexólogas y los sexólogos realizan con frecuencia esta labor.
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