Hace unas semanas viajé a Praga. Una ciudad preciosa, en la que de pura casualidad, encontré un museo muy interesante, el llamado “Sex Machines Museum”, que no me pude perder.

El museo merece la pena, es muy completo y hay artilugios muy interesantes, que permiten reflexionar sobre las actitudes históricas hacia el erotismo en general, y también sobre las actitudes hacia la sexualidad de mujeres y hombres en particular… Porque ¡vaya si ha habido diferencias de óptica!

Para empezar, podemos comprobar la falta de legitimidad histórica del placer sexual femenino. En varias salas se pueden ver expuestos artilugios que, en un principio pueden parecer batidoras y utensilios de cocina o similar… Pero nada más lejos: se trata de vibradores antiguos, pero claro, no se ofertaban como tales, sino como “masajeadores” para la espalda, la cara, los brazos… Luego, en la intimidad los “usos” podían ser más amplios y “creativos”, pero de entrada, para que pudieran entrar en casa, había que venderlos como masajeadores de casi todo menos de “clítoris” (ni clítoris, ni vulva, ni genitales, son palabras presentes en los envoltorios o paquetes de estos cacharros).

Valorar la importancia del placer por el “placer” mismo, es algo relativamente reciente en la historia, sobre todo en lo relativo a la sexualidad femenina. La justificación del placer femenino, venía muchas veces de la mano de cuestiones como la “salud”, el “bienestar”, etc. En el caso del hombre, su deseo sexual e interés por el placer siempre se ha dado por supuesto, y no había justificaciones: los “impulsos sexuales” siempre se han considerado como inherentes en el varón”.

Aros estimuladores de pechos. Aprobado por las «autoridades sanitarias»

No creo que el hombre lo haya tenido todo a su favor. En absoluto. El hombre ha tenido ventajas en algunas cuestiones, en lo relativo a la vivencia de su deseo y de su sexualidad, pero obstáculos y grandes, en otros aspectos. El que la sexualidad y el deseo masculinos se dieran por hecho, también los exponía en mayor medida a actitudes represivas, sobre todo en épocas de la historia en que la moral religiosa tenía mucho peso y la iglesia metía sus garras para regular aquello que consideraba «pecaminoso», esto es, todo acto sexual no encaminado a la reproducción. Un ejemplo: la masturbación. Algunos inventos de esas épocas, servían para alertar a los padres con un timbre, que sonaba en su habitación, cuando sus hijos púberes tenían una erección, señal para ellos inequívoca de que estaban haciendo lo indebido: masturbarse.

Una erección activaba el mecanismo: los padres eran alertados con un timbre en su habitación.

 

Pinchos para impedir erecciones

 

Está claro que, para muchos de estos chicos, la vivencia de esta experiencia, vino acompañada de sentimientos como la culpabilidad o la confusión. Cuando sabemos de sobra que no hay nada malo en la auto-erótica.

Quisiera terminar con alguna idea. Evidentemente hemos conseguido mejorar muchas cosas. La sexología, la educación sexual, y por supuesto, el feminismo, han contribuido de forma increíble a estos logros. Pero me atrevo a decir que aun quedan conquistas por hacer, y claro está, lograr mantener lo conseguido. 

ANA CARMONA RUBIO. Sexóloga y psicóloga

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